La memoria no tiene caminos de regreso

“Que el pasado era mentira, que la memoria no tiene caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable y que el amor más destinado y tenaz era, de todos modos, una verdad efímera”. Esto les escribió a sus amigos el sabio catalán después de abandonar Macondo en busca de los atardeceres de su tierra, encontrándose atrapado por dos nostalgias enfrentadas: el recuerdo de los lugares que dejó cuando joven y los recuerdos recientes del lugar donde se encontraba, desde donde añoraba su pasado. Por esta razón, la obra surge de los ejercicios de la memoria, de la reflexión en torno al viaje y de las estrategias necesarias para transportar los recuerdos de los lugares amados, los cuales debemos abandonar ante la inevitable presencia de la partida. 

La casa de pasto está elaborada con pasto seco prensado y mide aproximadamente 95 cm de largo por 75 cm de alto. La iluminación en el espacio es tenue, y en una pared cercana se encuentra ubicada una caja de luz que contiene una fotografía de un paisaje verde con un cielo claro, en el que una oveja negra posa de frente junto a su casa: una casa hecha de pasto.  Un proyector verde y antiguo está situado frente a la casa y proyecta sobre ella una oveja negra. La proyección dura aproximadamente 40 segundos, tiempo suficiente para relacionar la oveja del paisaje con la que está proyectada, haciendo referencia a dos instantes y momentos diferentes.  

La obra muestra una relación sencilla entre la casa de pasto y la oveja: la oveja come su casa para llevarla dentro de ella y así poder desplazarse con la esperanza de llevarlo todo consigo. De alguna forma, lo mismo ocurre con nosotros cuando nos marchamos de un lugar amado. Nuestra estrategia se lleva a cabo a través de la memoria: nos llevamos un archivo de imágenes, olores y sensaciones que tienden a embellecerse con el paso del tiempo a causa de las múltiples evocaciones.